Para leer la entrevista:
Alan Touraine - la política
jueves, 22 de mayo de 2014
miércoles, 14 de mayo de 2014
Seminarios internos - CES - Laura González Foutel: Acerca de la noción de Cultura(s) Política(s)
Acerca de la noción de Cultura (s) Política (s)
®
¿Qué es?
¿De qué se trata? ¿Cuál es su objeto de
estudio?
Tanto Landi (1988)[1]
como Mateos (s/f) [2]
coinciden en citar a Almond para introducir que el concepto de cultura política
ya lo encontramos en textos de Platón como Aristóteles. También en textos de
Maquiavelo, Montesquieu como los de Tocqueville. Es un concepto viejo, ambiguo
y que ha sido abordado por distintas disciplinas cuya definición sigue
generando polémicas.
El
concepto tuvo mayor impacto y
alcance en la década de 1960 con la
aparición del libro de “La cultura cívica” de Almond y Verba. Es un libro de
referencia para todos los estudios posteriores. La definición de ellos es: “la
CP de una nación es una particular distribución de los patrones de
orientaciones hacia los objetos políticos entre los miembros de una nación”. La
entienden como el cúmulo de conocimientos, sentimientos y evaluaciones en
relación con el sistema político. La influencia conductista hizo que los
autores estuviesen motivados por analizar no solamente el nivel macro de la política (estructura,
funciones del sistema político, las
instituciones y los efectos de las políticas públicas) sino que también se
centraba en el nivel micro (enfocado en el individuo, sus actitudes políticas y
motivaciones) y la relación entre ambos niveles que denominaron “orientaciones
políticas”. Es aquí, en esta relación, donde adquiere gran importancia, la
socialización.
Bobbio, N. Matteucci, N. y Pasquino, G.
(2002) mencionan que Verba y Almond (1963, 1980), Brown, A. y Gray, J.
(1977), Nett, J.P. (1967), Putman, R.
(1973), Pye, L. y Verba, S. (1965) aportaron una tipología de cultura política:
a.
la parroquial o localista (se da en
sociedades simples, donde las esferas / instituciones religiosas, políticas y
económicas no existen específicamente o coinciden),
b.
la de subordinación (la ciudadanía se inclina
por la pasividad y se corresponde a regímenes políticos autoritarios) y,
c.
la de
participación (orientaciones definidas para cada área del sistema político así
también prevén una posición activa del sujeto).
Si bien estos fenómenos no se presentan de
forma pura ni homogénea, se las puede pensar como círculos que se intersectan
parcialmente conteniendo varias subculturas.
En un esquema interpretativo tiene su
utilidad ya que permite poner a prueba a nuevos fenómenos de índole político.
López de la Roche (2000)[3]
afirma que el estudio de cada uno de las problemáticas, fenómenos de la CP demanda
diversas aproximaciones, confluencias interdisciplinarias, así como distintos
enfoques metodológicos, a las múltiples disciplinas que concurren a su estudio,
entre ellas: la historia de la cultura, la sociología política, la semiología,
la antropología política, la psicología social, la ciencia política, la lingüística
y los estudios de comunicación de masas.
Además, menciona que la CP ha
predominado una visión psicológica donde la idea es medir, analizar y
comprender las disposiciones u orientaciones de los individuos y los grupos hacia los
objetos políticos.
Desde otras perspectivas teóricas y metodológicas,
historiadores de la cultura, antropólogos y psicólogos sociales han empezado a
interesarse en estos años por un conjunto de fenómenos relacionados con la CP:
los "imaginarios" y las "mentalidades", las "representaciones
sociales" que distintos grupos conforman acerca de la realidad en general,
y acerca de la vida política en particular: cómo se perciben mutuamente
distintos grupos de la sociedad (los militares, los izquierdistas, los
sindicalistas, la clase política, los empresarios, los sectores populares, la
burguesía, los jóvenes, los policías, etcétera).
Para otros, se relaciona íntimamente con la cuestión
de la identidad o de las identidades (nacionales, étnicas, sociales,
regionales, locales, sexuales, de género, etáreas), en un momento de
configuración de actitudes y contextos posmodernos que han hecho mucho más
visible la diversidad socio-cultural y cada vez menos posible subsumirla en los
macrosujetos clásicos de la emancipación, el proletariado o el campesinado, que
han estallado como formas únicas y unívocas de representación política de la
sociedad, en medio de la crisis y replanteamiento de las grandes narrativas de
la modernidad ("progreso", "razón", "revolución",
"vanguardia" "desarrollo").
Otra dimensión de los análisis de cultura política que
introduce la aproximación histórica a su configuración y desarrollo, estaría
relacionada con las distintas atmósferas generacionales que se suceden en el
desarrollo de la sensibilidad política colectiva de una nación o de una
comunidad (por ejemplo, las de las generaciones de los 60 y 70, o las de los 80
y 90), las cuales constituirían diferentes "climas" o contextos de
socialización de los jóvenes crecidos bajo esos parámetros espacio-temporales,
y por lo tanto dejarían herencias diversas en términos de valores e idearios
grupales y formas de darle sentido a la vida personal.
En algunos trabajos de historia de la educación, o de
sociología de la educación, se han desarrollado también miradas que ven al sistema
educativo como un componente básico o subsistema de la cultura, muy importante
para comprender ciertas pautas históricas de socialización política de la
población y las especificidades del acceso de esta a los valores de la
modernidad (al libre examen, la idea de democracia, la autonomía individual, al
reconocimiento de la pluralidad, etcétera).
En tanto lingüistas, semiólogos, antropólogos han
entendido también la simbología del poder (emblemas, himnos, escudos ,
banderas, colores, consignas, mitos fundacionales), los discursos, artificios
retóricos o teatrales desde los cuales se construye o se legitima la autoridad
política, o los rituales y ceremonias a través de los cuales se renuevan los
vínculos políticos en una sociedad (asambleas, manifestaciones, celebraciones).
Sintetiza, López de la Roche, hay dos grandes
agrupamientos en esta pluralidad de aproximaciones:
1. Uno más
politológico, el de la "civic culture" y otras perspectivas cercanas
a ella, teóricamente ubicado en las teorías de la modernización y
metodológicamente centrado en el estudio de la cultura política sobre la base
de encuestas.
2. Otro, el de
un conjunto de perspectivas mucho más abiertas y menos restringidas a la hora
de tratar el componente cultural de la "cultura política", que conducen,
cada una de ellas, a distintas opciones en términos de estudio de temas,
problemas y procesos, a diferentes ubicaciones disciplinarias o confluencias
interdisciplinarias en la aproximación a esos objetos de estudio, y así mismo,
al uso de herramientas metodológicas también diferenciadas (entrevistas a
profundidad, historias de vida, análisis semiológico, observación de campo,
análisis de discurso, análisis de contenido, etnografía de la recepción
televisiva, etcétera).
®
Perspectivas
teóricas
Las
teorías de la cultura política se distinguen tanto a nivel conceptual, como
metodológico y empírico sostiene Lorenc Valcarce (2011) [4].
En relación, Mateos, afirma que cada definición permite operacionalizar el
concepto de CP en varias dimensiones medibles por cada investigador. Pero, esta
operacionalización está condicionada por la perspectiva teórica en la que se
enmarque el análisis.
(…) Desde la perspectiva sociológica clásica
basada en el estructural-funcionalismo,
se atribuye a la cultura un
papel fundamental en el “mantenimiento del sistema” y en la legitimación de la
autoridad. Para Almond y Verba, que siguen de cerca la teoría sociológica
parsoniana, “la cultura política [está constituida por] orientaciones
cognitivas, afectivas y evaluativas hacia el sistema político en general, sus
aspectos políticos y administrativos, y la propia persona como miembro activo
de la política”. Esta visión aísla “lo político” y separa las orientaciones
político-culturales de otras esferas que
pueden ser relevantes para el funcionamiento de las relaciones de autoridad y
dominación a escala de la sociedad global. Además depende de las encuestas para
medir la cultura tal y como se manifiesta en “opiniones”, lo que presenta
ciertos problemas como aislar lo político de otras esferas que pueden ser
relevantes para entender el funcionamiento de las relaciones de autoridad y
dominación.
En una posición antagónica a la
anterior, se sitúa el interaccionismo simbólico el cual sostiene que las personas actúan en función de lo
que los objetos significan para ellas. El sujeto aquí atribuye sentido a las
cosas en interacción con otros, selecciona y manipula los significados
socialmente establecidos. Esta perspectiva afirma que los puntos de vista que
existen en una sociedad son plurales y están en permanente reelaboración.
Dentro de esta tradición, se imponen los estudios cualitativos sobre grupos u
organizaciones determinadas, indagándose en detalle sus significados y sus
comportamientos. Como observación a esta postura es que ofrece un esquema de
análisis dinámico de la relación entre significados y comportamientos, pero su
afecto por el detalle y por el análisis cualitativo hace difícil el acceso a un
conocimiento de conjunto que permita establecer un mapa de las orientaciones
significativas con respecto a lo político en una sociedad dada.
En tanto para el materialismo
histórico, los seres humanos producen su vida material junto con otros en
condiciones dadas y se representan de cierta manera esas condiciones. Las
“formas de consciencia” no son autónomas sino que dependen de las relaciones
entre los hombres: las ideas dominantes son, en el análisis de Marx, las ideas
de la clase que ejerce el poder material. La “ideología” emerge desde el
momento en que se separa el trabajo manual y el trabajo intelectual, dando
lugar a la emancipación de los dominantes de sus propias condiciones materiales
de reproducción. Para Gramsci, A., la cultura es un espacio de disputa por el
sentido común, o una “trinchera” en la guerra de posiciones que caracteriza a
la lucha por la hegemonía en las sociedades occidentales. Trocello, G. (2008:176 - 177) asegura que
Gramsci introduce la noción de hegemonía para los estudios de cultura política,
que no es sólo dominación política, sino una dirección ideológica – cultural.
La hegemonía supone una imposición no forzada de la concepción del mundo al
interior de la “sociedad civil”. Esta posición en relación con la ideología es
una bisagra, pues si bien su función es legitimante de cualquier poder, el
concepto de hegemonía tiene también una función crítica. Desde otras corrientes
del marxismo, Althusser aporta el concepto de interpelación. La ideología no es
sólo la producción de ideas que tienen existencia material, sino que es una
representación imaginaria que los propios individuos se hacen de su existencia
como consecuencia de ser “interpelados”; o sea a través de la ideología se le
ha de imponer las estructuras del mundo social al individuo. Esta noción es
antecedente de “violencia simbólica” de Bourdieu, incorporando además la
categoría de habitus para hacer
inteligible el proceso histórico de la constitución subjetiva.
® ¿Qué sucede con la CP según estudios e investigaciones?
Desde
el análisis de la antropología, Castro Domingo (2011) menciona que el análisis
de la CP puede ayudar a conocer los procesos políticos en el ámbito regional.
Además puede ofrecer una dimensión sugerente para repensar el análisis de las
prácticas y procesos políticos regionales como los clientelismos, la
intermediación, los liderazgos, el abstencionismo electoral, la desafección
política y los gobiernos divididos y yuxtapuestos, entre otros. Desde una mirada de las ciencias
políticas, Nohlen, D. (2007) coincide en la relevancia de la CP, y afirma, en casi todos los enfoques, juega un rol
importante en el análisis de los procesos políticos y especialmente en el
desarrollo de la democracia.
Las
tendencias por democratizar tanto prácticas como espacios comunes entre el
Estado y los ciudadanos, plantean una nueva mirada sobre la cultura política
dominante, dándoles matices como características particulares y locales. Para
comprender mejor tales tendencias, resulta imprescindible aproximarse a las
definiciones de “cultura política” como un factor relevante en la dinámica
sociopolítica y componente básico del juego político porque filtra
percepciones, determina actitudes e influye en las modalidades de la actuación
o el comportamiento políticos (Peschard, 2001). Ejemplo de ello son las
investigaciones que llevó a cabo entre 1988 – 1994 en el comportamiento
electoral del DF. Pero reconoció que el modelo de Almod y Verba, tenía como
dificultad abordar el cambio y por ello utilizó el modelo de Girvin (1989) para
descomponerla en tres dimensiones:
·
Macro cultura política hace referencia a
aquella que incluye los elementos del sistema político que raramente son
cuestionados por los miembros de una nación – identidad nacional como foco de
lealtad y de continuidad, que es el reflejo del mantenimiento de un sistema
cohesionado.
·
Meso cultura política se refiere a todos los
elementos que tienen que ver con las reglas del juego establecidas y su
cumplimiento. Está abierto a la influencia del cómo se desarrolle el debate
político en el micronivel.
·
Micro CP está compuesto por aquellas
variables que tienen que ver con la actividad política como luchas cotidianas.
Otras
investigaciones como la de Durand y Smith (1997), analizaron los efectos de la
educación formal en la cultura política, realizado en el contexto de los
cambios de valores ocasionado por la modernización de la sociedad y la
globalización, aquí se examinó la importancia de la educación como formadora de
valores que incidan en la participación y en la CP.
En el orden de los estudios realizados en nuestro
país, Trocello, G. (2008) se propone pensar a la cultura política como un
subcampos del campo de poder en donde el campo político se superpone con el
campo de la cultura. El objetivo del análisis de la cultura política es desentrañar la lógica del poder, que hace
que los sujetos naturalicen la dominación.
Hay que descubrir los puntos de fusión entre las lógicas articulatorias
de los registros culturales y políticos; es decir develar cómo las prácticas
culturales son atravesadas y condicionadas por las relaciones de poder y de
dominación. (Grüner, E. 1990/91 en Trocello, G., 2008). En tanto que Garay
Reyna (2010), asume a la cultura política asociando a las posibilidades de
construcción de la realidad, desde lo discursivo, con funciones pragmáticas, a
través de significados que se articulan, se asocian o se yuxtaponen para fijar
el sentido del orden social y político.
Su investigación se orientó en comprender el sentido de la política, que
desde representaciones sociales construidas por organizaciones de apoyo, expresan
valores, lógicas clasificatorias y principios orientadores sobre tópicos
como el Estado, la participación ciudadana, emergentes de una cultura política
homogeneizadora que aspira a representar a la sociedad civil desplazando las
actividades de militancia social y política partidaria.
Quevedo
(1997) analizó el caso de la relación entre CP y medios de comunicación, donde
entiende a la CP como al conjunto de formaciones simbólicas e imaginarias,
mediante las cuales los individuos viven y se representan las luchas por el
poder y las competencias por el dominio de los sistemas decisorios. Hace un
estudio sobre el uso intensivo y novedoso de la publicidad y el marketing
político, el cual significó una irrupción en el terreno de las estrategias de
la imagen en la construcción de los presidentes y luego, en el vinculo
mantenido entre el gobierno con los medios y la sociedad, en su conjunto.
®
Nuevas
tendencias
Lechner
(1997) planteó que resulta muy común
confundir a la CP con creencias y preferencias expresadas en las encuestas de
opinión pública. Es necesario investigar el sistema de valores, las
representaciones simbólicas y los imaginarios colectivos. Un elemento que
incorpora es el de las “evidencias” que la gente no verbaliza, ni explicita por
considerarlas algo normal, natural, parte del paisaje. (…) el mundo social es
indisociable de su representación, esto es, ninguna situación es inteligible en
ausencia de sistemas de interpretación que den sentido y coherencia a la
multiplicidad y complejidad de elementos que se ponen en juego. Las construcciones
simbólicas contribuyen de manera decisiva en la política, porque mediante ellas
se estructura y ordena la sociedad.
Landi
(1988) sostiene que “lo político no es un atributo natural de ciertos
enunciados o temas, la definición de lo que es y de lo que no es político en la
sociedad, en un momento dado, es producto de los conflictos por la hegemonía
entre los diferentes sectores sociales. Lo que reconocemos como campo político
no es un hecho dado, sino un producto, la frontera entre lo político y lo no
político es histórica y cambiante, según sean los distintos regímenes políticos
y sus principios de legitimidad.
Uno
de los problemas teóricos más importantes del estudio de las culturas políticas
es lograr salir de la circularidad que supone definir como político a un
discurso o manifestación cultural porque hable de política o sea enunciado por
un político. El ingreso de la pragmática lingüística como instrumento de
análisis puede hacer avanzar en esta dirección. Desde esta óptica un discurso o
una manifestación cultural no será política sólo porque "hable de
política" (criterio semántico), sino porque realiza ciertos tipos de actos
transformadores de las relaciones intersubjetivas (criterio sin táctico y/o
pragmático).
Contamos
ahora con un criterio que nos permite poner en relación dos posibles atributos
de un discurso o una manifestación cultural: "que hable" de política
y/o "que afecte" las relaciones intersubjetivas que conforman un
orden político determinado. Estos atributos pueden ir juntos, pero hay que
distinguirlos entre sí: existen manifestaciones culturales que no hablan de
política ni son enunciadas por políticos pero que, sin embargo, intervienen en
la conformación del campo político.
Una
primera consecuencia de esto es la ampliación del caudal semiótico que puede
conformar una cultura política, por ejemplo: las creencias; el sentido común;
el flujo informativo; las prácticas religiosas; las identidades sexuales,
sociales, regionales; estilos estéticos; memorias individuales y colectivas: rituales:
discursos. Estos elementos constituyen una trama de significantes diferentes
que se articulan, compiten, asocian, desconectan o yuxtaponen en los conflictos
por el sentido del orden con que los individuos vivimos nuestras relaciones
sociales”.[5]
Hay
que distinguir todo el potencial de significaciones que pueden formar parte de
una cultura política y las que forman en un momento dado. No todo lo
cultural forma parte de la cultura
política. En efecto, la constructividad y dinámica del espacio político muestra
las cambiantes relaciones y fronteras entre la política y la cultura en un
sentido amplio:
a.
la referencia directa de una creencia o recuerdo a procesos, personajes o
posiciones políticas;
b.
los procesos de “ida y vuelta” entre los lenguajes de la política y la cultura,
y entre diferentes géneros.
c.
algunas hegemonías, se alimentan desprendiendo determinadas prácticas
culturales de los procesos de socialización política de los individuos,
orientándolos hacia concepciones privatistas y expectativas de movilidad
ascendente, vía profesional. Estos procesos combinados con la cientificación de
la acción política, llevan a la reducción del espacio público y el ingreso de
la sociedad en una situación de sin sentidos (Habermas 1973 – 1982).
d.
las operaciones de resocialización de los individuos por parte de los gobiernos
autoritarios tendientes a restituir o a instaurar ciertos valores – muestran un
arsenal de recursos que van desde la propaganda hasta ciertos criterios de
autoridad cultural propios.
e.
hay una amplia gama de prácticas culturales de los sectores populares que
aparecen en la periferia de los sistemas culturales hegemónicos pueden tener diferentes valencias políticas.
El lugar periférico también puede deberse a que tradicionalmente es ubicado
ahí, en el campo de lo político, donde a su vez es desplazado a un rol
complementario inferior por la dinámica del poder y por los modelos
economicistas de decisión y planificación.
También
hay que destacar la aparición del término “nueva cultura política” para Clark e
Inglehart (1998) plantea que existen diferencias entre 7 elementos clave:
1. La
clásica dimensión izquierda – derecha se ha transformado, las definiciones y
los significados que se dan son diferentes a los que tradicionalmente se han dado.
2. Las
cuestiones sociales y económico – fiscales están distinguidos explícitamente.
3. Las
primeras han adquirido mayor relevancia, que las dos últimas.
4. Hay
un crecimiento del individualismo social y del mercado.
5. Se
produce un cuestionamiento del Estado de Bienestar.
6. Aparece
un incremento de las cuestiones políticas y una amplia participación ciudadana,
a la vez que se produce una caída de las organizaciones jerárquicas.
7. La
NCP ha surgido con cambios básicos en la economía y en la familia, y ambos
conceden una pérdida de fuerza a la jerarquía social y económica, aumentan los
valores de consenso y se produce una mayor difusión de los medios de
comunicación.
Nohlen
(2007) sostiene “mi tesis central es que la CP, es actualmente la variable más
importante para el desarrollo de la democracia en AL. Esta tesis se funda en
observaciones a nivel de la elite política, sus valores y su comportamiento al
igual que en observaciones de la sociedad civil y la masa del electorado que
indican una brecha entre el espíritu de las instituciones y el estado del
desarrollo de la cultura democrática.
Estas observaciones resultan del análisis de procesos políticos, de
discursos, comportamientos, encuestas y eventos electorales en los diversos
países de la región”[6].
II. Elementos para una
cultura política democrática
1.
Es el de la confianza. Por un lado en las reglas, en las instituciones, en los
líderes que parece en cierta medida dependiente de la confianza que, por otro
lado, los miembros de una sociedad tengan en los demás. En AL ambos tipos de
confianza son bajos, salvo en circunstancias en que existen relaciones
familiares y de amistad, las que parecen ser las únicas que se acreditan en la
resolución de los problemas cotidianos de la gente. El mayor inconveniente en
el desarrollo de la confianza es el problema de la falta de reciprocidad. (…)
sin disposición a invertir confianza en los representantes y las instituciones
representativas, es difícil alcanzar el grado de legitimidad necesario para su
buen funcionamiento, la CP democrática, es por una ajustada balanza entre la
confianza ciega y la desconfianza generalizada.
2.
Es el que se manifiesta en la lucha contra y la reducción de las prácticas
públicas que promueven la desconfianza. Atribuye a la corrupción la que produce
hartazgo con la política, desafección y pensamiento antisistémico. Con la
democracia crece una discrepancia extraña entre la norma sobre la cual tendría
que gobernarse el país y la forma de cómo se gobierna efectivamente. La norma se aplica para evaluar y criticar el
comportamiento de los otros pero no cuando se ejerce la función pública. (…) en
el ejercicio del poder se impone la concepción que está enraizada profundamente en la CP de la gente: el
provecho de lo público por los intereses privados. (…) la yuxtaposición maligna
de lo público con lo privado se justifica incluso con argumentos que se fundan
en necesidades funcionales. Se arguye que la conducción política requiere
confianza en el equipo de los ministros y los altos funcionarios. (…) hay que hacer
énfasis en la ética política como en los mecanismos de control. Sin dudas la
corrupción sofoca los fundamentos de legitimidad del orden democrático.
3.
Es el de la tolerancia. No solo es una virtud sino una condición sine qua non
de la democracia pues constituye la esencia del pluralismo. La tolerancia no es
infinita sino que se inscribe nuevamente en el principio de la reciprocidad.
4.
Capacidad de la élite política para formar compromisos y consensos. La
democracia tiende más al consenso que a
la dominación. El compromiso es la antítesis de la política de la polarización
y la constante crispación de la que nutre los extremos.
III. Reformas institucionales y su
incidencia en el desarrollo de una cultura política más acorde con la
democracia participativa.
Se
considera posibles reformas constitucionales para promover cambios propicios en
la cultura política para la consolidación de la democracia.
1.
La mentalidad no se modifica por medidas institucionales y administrativas de
manera directa porque es el resultado de procesos de acostumbrarse a prácticas
y modos de pensar la CP democrática.
Este proceso de cambio, es un proceso amenazado en la medida que se
produce en un entorno social ajeno a esta mentalidad. Que se manifiesta en los
valores y los comportamientos no democráticos que predominan en el resto de instituciones sociales
(familia, iglesia, administración pública,
organización de la sociedad civil, entre otros).
2.
medidas de fortalecimiento del Estado de Derecho.
3.
Medidas dirigidas a mejorar los mecanismos de control de la vida política.
4.
medidas para intensificar el compromiso de mandatarios y funcionarios para
rendir cuentas. Accountability horizontal y vertical. En el campo de las
relaciones ejecutivo – legislativo hay espacios para comportamientos más
propicios a la gobernabilidad democrática sin embargo es aquí donde se
encuentra mayor resistencia a cambios.
5.
medidas que procuren mayor equidad en la competencia política. Legislación que
regula de forma más equitativa los recursos para los partidos políticos, las
campañas electorales, acceso de los partidos a los medios de comunicación.
6.
capacitación política, creación de instituciones que enseñen los valores, las
reglas y los patrones de comportamientos de los ciudadanos con la democracia.
Empieza en la escuela pero debe
continuar. Rol de la ciudadanía es mucho más activa en la democracia que en
regímenes autoritarios. Autores de derecho y no sólo receptores. Lograr su
solidaridad porque la democracia se legitima por el propio proceso de de
inclusión participativa de sus ciudadanos en la formación de las decisiones políticas vinculantes para
ellos mismos.
[1] Landi, Oscar: «Cultura política: un concepto
sutilmente ambiguo». En: Reconstrucciones: Las nuevas formas de la cultura
política. Buenos Aires, Puntosur
Editores, 1988, pp. 201-212. Versión digital disponible en: Sociologando.
Teoría, epistemología, comunicación, cultura y política. Disponible en:
http://sociologando.org.ve/pag/index.php?id=33&idn=400
[2]Mateos,
Araceli. (s/f) Cultura política. Disponible en http://campus.usal.es/~dpublico/areacp/materiales/Culturapolitica.pdf
[3]Lopez de la Roche, Fabio (2000). Aproximaciones
al Concepto de Cultura Política
Revista: Convergencia. Revista de Ciencias Sociales 7(22). Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10502205
Revista: Convergencia. Revista de Ciencias Sociales 7(22). Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10502205
[4] Lorenc Valcarce, Federico. (2011). Clase
3 - Culturas políticas, opinión pública y comportamientos electorales:
combinando técnicas cuantitativas y cualitativas para el estudio de las
orientaciones políticas de los ciudadanos. Cátedra Florestán Fernándes –
Metodología de la investigación social: actores, estructuras y procesos
políticos – Seminario 1105.
[5]
Trabajamos, entonces con una concepción general de la cultura como un conjunto
complejo de sistemas significantes a través de los cuales un orden social se
comunica, investiga, reproduce o cambia. Williams, R., Culture and Society,
1780-1950. Londres, Penguin Books.
[6] Texto presentado como
Conferencia magistral en el Seminario Constitución, Democracia y Elecciones. La
Reforma que viene. Organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de
la UNAM e IDEA Internacional. 12 de febrero de 2007.
martes, 13 de mayo de 2014
Seminarios internos - CES - Joaquín Bartlett: Socialización y subjetivación
Documento de Trabajo N°
6
Centro de Estudios
Sociales
Socialización y
Subjetivación
Octubre de 2013
Joaquín Bartlett
I.
La socialización como una de las
categorías fundacionales de la sociología toma diferentes vertientes y
acepciones. Una de ella, y la más extendida, se podría caracterizar como
mecanicista - determinista. Esta definición pone el acento en la reproducción
de la estructura social, es decir, la integración del individuo a esquemas y
espacios preconcebidos. Tendríamos bajo este marco un individuo pasivo que va
internalizando diferentes procesos. Dicha concepción puede ser retomada bajo diferentes
autores y categorías, por ejemplo Émile Durkheim y su formulación del hecho social como “modos de actuar,
pensar y de sentir exteriores al individuo, y que poseen un poder coercitivo en
virtud del cual se le imponen” (1996: 31). Podríamos decir que Durkheim, a
medida que construía un campo disciplinar diferenciado[1],
se vio necesitado de conceptualizar un objeto de estudio para la sociología. Como
vemos, la relación individuo – sociedad, no se ve en tensión, sino como una
primacía del último sobre el primero, incluso por fuera de los aspectos
cristalizados de la sociedad, como ser las organizaciones o formas jurídicas,
explicadas a partir de las corrientes sociales dadas por Durkheim, al tal punto
de afirmar que (y permítanme la cita menos analítica del libro) “somos juguetes
de una ilusión que nos lleva a creer que hemos elaborado por nuestra cuenta lo
que se nos impone desde afuera” (Ibíd. 32).
En Durkheim, el peso de lo social
sobre el individuo está signado por una opción metodológica y una concepción en
los niveles de la realidad. Contra los postulados individualistas, donde la
sociedad era un producto de los individuos, en la teoría de Durkheim la
“fórmula” se invierte. El conocido postulado “la sociedad es más que la suma de
sus partes”, ejemplifica que hay que partir de lo social y no del individuo, ya
que, en las relaciones de este último se producen hechos externos a él. De ahí
el tratamiento del hecho social como realidad objetivable (tomada como cosa dirá Durkheim) que puede ser
estudiada –al igual que la naturaleza- a partir de sus regularidades y leyes. Por
otra parte, se presenta un individuo en donde cohabitan dos estados, que en sus
relaciones producirían diferentes hechos sociales. Esto se puede explicar a
partir de los modos de solidaridad propuestos por el autor: a) solidaridad
mecánica, dónde una sociedad homogenizada comparte los mismos valores y
premisas (sociedades primitivas o arcaicas) y; b) solidaridad orgánica,
contraria a la anterior, presenta valores diferenciados, un alto grado de
especialización de los individuos y el lazo social está marcado por la
interdependencia de los mismos. Dado lo anterior, la preocupación de Durkheim
gira en torno a mantener dicho lazo social superando el sesgo utilitarista del
individuo (interdependencia) mediante reglas y consensos morales de carácter
universal. ¿Pero cómo “inculcamos” al
individuo dichas reglas de manera deliberada? De dicha pregunta emerge, de
manera obvia, el campo y la relación entre sociología y educación, los modos de
internalización, ajuste e identificación.
La intención del breve recorrido
anterior fue explicitar las conexiones constitutivas del concepto de
socialización como mecanismo didáctico-positivo de la sociedad hacia el
individuo en la incorporación de normas y valores que regular y mantienen el
lazo social. A continuación trataremos de retomar esta idea en su continuación-ruptura
teórica marcada por los conceptos de Bourdieu.
Básicamente el proyecto
epistemológico de Bourdieu intenta superar las diferentes dicotomías de las
ciencias sociales, centrándose en la que cree “la más ruinosa”, la división
entre objetivismo y subjetivismo, es decir, la primacía de la estructura y su
reproducción mecánica o la conciencia autónoma del sujeto capaz de transformar
el mundo:
“Para superar
el antagonismo que opone a estos dos modos de conocimiento conservando al mismo
tiempo los logros de cada uno de ellos (sin omitir lo que produce la interesada
lucidez sobre la posición opuesta), hay que explicitar los presupuestos que
tienen en común… [y] someter a una objetivación crítica las condiciones
epistemológicas sociales que hacen
posible tanto el retorno reflexivo sobre la experiencia subjetiva del mundo
sociales como la objetivación de las condiciones objetivas de esa experiencia”
(2007: 43).
El subjetivismo, para Bourdieu,
intenta reflexionar sobre una experiencia que paradójicamente no se reflexiona,
a su vez que, por muy ficticia que parezca para el objetivismo no deja de ser
menos real, pero que encuentra su límite en la propia descripción de la
experiencia. Si se presenta así, dirá Bourdieu, es porque deja de lado “las
condiciones de posibilidad de esa experiencia”. Por otro lado el objetivismo,
en su búsqueda de regularidad y leyes, relega al conocimiento práctico tomándolo
como “prenociones”.
Del esquema teórico de Bourdieu,
el concepto de habitus puede ser tomado para pensar una reactualización del
concepto de socialización. Volviendo a la relación (que en términos de Durkheim
es dicotómica) individuo - sociedad, el
habitus se presenta como la capacidad de generar y reproducir el orden, limitado y condicionado, por las
propias condiciones de su producción. En términos de Bourdieu el habitus produce:
sistemas de disposiciones duraderas y transferibles,
estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras
estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de
prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su
meta sin suponer el propósito consciente
de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos…
(2007: 86)
Siguiendo este desarrollo, lo que
tenemos en la práctica del individuo, no es un cálculo estratégico ni un “plan
orquestado” para que actúe conforme a lo preestablecido. Primero porque el
cálculo se inscribe en “potencialidades objetivas” ya heredaras –no habría
cálculo en que un estudiante de abogacía vaya de traje a rendir un examen, sino
más bien, un simple saber práctico- y a su vez reconocidas: “los estímulos no
existen para la práctica en su verdad objetiva de disparadores condicionales y convencionales, no
actúan sino a condición de encontrar agentes condicionados a reconocerla” (Ibid.
87). Segundo porque la equiparación entre
probabilidades objetivas y esperanzas subjetivas es producto de un ajuste de
posibilidades inculcadas, naturalizadas,
de facilidades y obstáculos, libertades y necesidades. Entonces el habitus no
sería, en parte, la práctica en sí,
sino su origen procesual que asegura la:
“presencia
activa de las experiencias pasadas que, registra en cada organismo bajo la
forma de esquemas de percepción, de pensamiento y de acción, [y que] tienden,
con más seguridad que todas las reglas formales y todas las normas explicitas,
a garantizar la conformidad de las
prácticas y su constancia a través del tiempo”.
Conformidad de prácticas y
constancia, por no decir reproducción, no es para Bourdieu una inercia en las
prácticas sociales. El mismo habitus produce sus ajustes, que supone agentes
compartiendo un mismo código en un mismo campo y clase y también una mínima
concordancia entre agentes movilizadores (lideres, profetas, etc.) “y las
disposiciones de aquellos que se reconocen en sus prácticas o sus
declaraciones” (96).
Vale la distinción de clase e
individuo, ya que -como en todas las categorías de Bourdieu- son importantes
los aspectos de disposición y relación. Un habitus de clase por configurar
unidad –y relaciones dentro de esa unidad- no genera una sustancia propia de
esa clase. La multidimensionalidad de lo social genera aproximaciones de los
individuos a un determinado espacio – campo generador de una clase:
“Las clases
sociales no existen [...] Lo que existe es un espacio social, un espacio de
diferencias, en el que las clases existen en cierto modo en estado virtual, en
punteado, no como algo dado sino como algo que se trata de construir”. (1997:
24-25)
Para Bourdieu la lucha de clases
más bien es una lucha de clasificaciones, y su resultado una imposición simbólica
que instituye reconocimientos asimétricos, siempre aclarando que los
reconocimientos son disposiciones y
no determinaciones –aunque después
las criticas vengan por ese lado- (Chauviré; Fontaine, 2008: 25).
El cambio introducido por
Bourdieu en relación a la socialización precisamente apunta a “ver” las
estructuras sociales hechas cuerpo, en tres palabras: a) disposiciones, inclinaciones de ver y sentir por cada individuo
marcado por condiciones objetivas (compartidas con otros en un mismo campo y
clase) y trayectorias particulares en donde estarían los pequeños márgenes de
maniobra de cada agente. Con la salvedad de que, esas maniobras, sólo son
posibles si damos cuenta de nuestro habitus y las reglas del campo, como el
famoso ejemplo bourdiusano del músico que debe horas de prácticas disciplinadas
para poder ser creativo; b) durables,
si bien las disposiciones son modificables están arraigadas en una experiencia
dóxica, produciendo lo evidente, lo
que es dado y natural; c) transferibles, ya que experiencias en
un campo pueden ser trasladas a otro (LNS 43-44).
Como vimos en un principio, la
empresa teórica de Bourdieu es prometedora: superar todos los dualismos y
dicotomías al tiempo que se recupera una tradición crítica de la sociología
–dirán algunos, una sociología desesperanzada-. Las críticas a su obra van
desde la ductilidad de sus conceptos al punto de ser totalizantes de todo
fenómeno social, hasta el determinismo presente, por ejemplo, en sus esquemas
de dominación simbólica. Como sea, necesita de un trabajo aparte.
II.
Danilo Martucelli distingue dos
esquemas concebidos en torno a la socialización. Por una parte un mirada “encantada”
(compartido por autores como Durkheim y Parsons) como un proceso de
incorporación de normas y valores compartidos entre individuos, “el ideal del
individuo depende de la estructura de la sociedad pero, al mismo tiempo,
engendra individuos autónomos, liberados del peso de la tradición y capaces de
independencia de juicio” (2007: 22). Es decir, una vez incorporado, por parte
del individuo, los modos de conductas, la autonomía sólo es la capacidad de
evocar esos “grandes valores” interiorizados a fin de resguardas o regular el mismo modo de incorporación y reproducción[2].
En contraposición, el segundo esquema, se plantea como una mirada
“desencantada” de la socialización. Como vimos en la categoría de habitus –más
allá de los pequeños márguenos de maniobra – el individuo incorpora normas y
valores, que a diferencia de una mirada durkheniana, sólo reflejan
desigualdades y asimetrías. Dirá Martucelli
al respecto:
“Pero en los
dos casos, el individuo, entendido como personaje social, más allá de sus
márgenes más o menos grandes de autonomía, está ante todo definido por la interiorización
de las normas o por la incorporación de esquemas de acción. El trabajo de
socialización es siempre lo que permite establecer un acuerdo entre las
motivaciones individuales y las posiciones sociales” (2007: 22)
Ahora bien, repasemos una arista
crítica de dichos esquemas, que está en el orden del problema fundacional de la
disciplina sociológica. La pregunta sobre el orden o el lazo social delinearon
una variedad de respuestas que, en el fondo, contienen algo en común: lo que
mantiene “unida” a la sociedad no es más –ni menos- que un entramado de
coerciones constantes en el tiempo, un conjunto de fuerzas que actúan al
exterior del individuo o que se disfrazan bajo acciones aisladas (2009). Para
Martuccelli, el problema surge en que se encontraban innumerables ejemplos
contrapuestos (pensemos en las anomalías de Durkheim por ejemplo), que su vez,
no lograban cambiar la pregunta. Esto se debe al contexto histórico del
surgimiento de la sociología; en un proceso de modernización que acarrea
infinidad de cambios (migración, formas de autoridad, formas de gobierno, etc.)
emerge el interrogante de cómo mantener el orden social. Pregunta moralista que
luego tuvo un correlato epistemológico. Siguiendo al autor, si damos cuenta
–nuevamente- del nudo analítico que vincula estructura / individuo pero
reconocemos que, más allá de cualquier coerción, condicionamiento o imposición,
el sujeto colectivo o individual puede actuar, no debemos caer en un
posicionamiento desde el actor –su
creatividad, voluntad, conciencia, etc.-; es decir, sólo estaríamos moviendo el
péndulo de un aspecto a otro sin cambiar la pregunta, reconociendo las
coerciones y viendo las pequeñas fisuras que generan los sujetos: “si se
descarta la vía de la libertad, la respuesta sólo puede buscarse a nivel de la
vida social misma: ¿cuáles son las características sui generis que posee la
vida social que hacen que siempre sea posible actuar –y actuar de otra manera?”
(2009: 7)
Un segundo momento teórico viene
a dar cuenta, en parte, de la pregunta anterior. El carácter homogenizante de
los procesos de socialización se ven erosionados por las subculturas dentro de
una misma sociedad. Pensemos en los posteriores estudios emergentes del
feminismo pos década del 60 o la microsociología de grupos outsiders. Como
fuere, el eje analítico empieza tomar en
cuenta la pluralidad de procesos contradictorios. Dicha ruptura será
cristalizada en el clásico de Berger y Luckmann con su distinción entre socialización
primaria y secundaria. “el estudio de la socialización conoce así una variación
en su énfasis analítico: ayer estaba subordinado analíticamente al problema de
la mantención del orden social; hoy al centrarse en el individuo, se interesa
más en la multiplicidad de sus facetas. Al teorizarse el orden social como más
contingente, la sociología toma mayor conciencia de la complejidad del
individuo” (Martuccelli, 2007: 23 - 24).
III.
Aquí nos encontramos con la
vinculación entre los estudios de subjetivación y los procesos de modernización
que dotan a la vida social de una creciente complejización en diferentes
esferas de los modos de racionalización del individuo:
“en el
trasfondo de este movimiento de control social, se plantea la problemática
fundamental de la subjetivación: ¿cómo llegar a imaginar la posibilidad de una
emancipación humana? Y para que este proceso de subjetivación sea posible, es
imperioso que existan figuras sociales del sujeto susceptibles de ser
encarnadas por los diferentes individuos. En breve, en la subjetivación, el
individuo se convierte en actor para fabricarse como sujeto.” (Martuccelli,
2007: 25)
Dos lecturas sobre la
subjetivación pueden ser puestas en una línea de continuidad - ruptura. La
primera que vincula al sujeto colectivo
con los procesos de emancipación, centrada en la lectura de Georg Lukacs; de
manera muy acotada, el sujeto colectivo estaría protagonizado por el
proletariado, que en su posición dentro del proceso productivo y sus intereses
de clase, podría totalizar la sociedad, siempre y cuando superara la
reificación inherente al capitalismo. Esta perspectiva entrará en crisis a
partir de la década del 60’ y 70’. Siguiendo a Martuccelli puede “ser asociados
al "momento Foucault" que se caracteriza por dos grandes inflexiones.
La primera -sin duda, la más importante- transforma el proyecto colectivo y
emancipador de la subjetivación en un proceso individualizante de sujeción” (Ibíd.
27). El proyecto emancipatorio del sujeto colectivo se ve erosionado por una
conceptualización de un sujeto atravesado por el poder, como un efecto de él;
la construcción de la subjetividad se ve así sometida a disciplinamientos y
tecnologías diversas, a su vez:
“marca también
la entrada hacia una nueva problemática -subjetivación individual. Es, por lo
demás -como se sabe-, la paradoja fundamental de su obra: su voluntad constante
de mostrar un poder y una sujeción crecientes y su voluntad, subrepticia, pero
no por menos constante de visualizar una posibilidad de emancipación” (Ibíd. 27).
A grandes rasgos, esta idea de
dos momentos de la subjetivación, no como proceso o etapas divisibles, sino dentro del campo de
estudio de Foucault, también es esquematizada por Etienne Tassin:
“En un primer
momento, se trata de analizar las formas de sujeción impuestas por las
relaciones de poder a los individuos que las padecen. La subjetivación se
concibe entonces como una forma de dominio, y no se podría disociar el llegar a
ser sujeto de los procedimientos, ya sea de vasallaje, ya sea de dominación, en
los que y por los que un sujeto se constituye como sujeto. […] Pero también,
como se sabe, no hay poder que no cree resistencias, y por lo tanto, no hay sujeto
que se vea dominado sin que, al mismo tiempo, se perciba a sí mismo como
oponiéndose a los poderes que lo someten, sin subjetivarse por oposición a los
poderes que intentan configurarlo, disciplinarlo, normalizarlo (2008: 41).
De manera resumida queda
entendido que la subjetivación para Foucault “y sus momentos” es
complementaria. Ahora bien, la subjetivación como sujeción produce una
objetivación del sujeto. El sujeto como objeto, dos operaciones conectadas dirá
Tassin, que se pueden dividir de tres modos y que en esencia es el recorrido
descripto por Foucault de propia obra; 1) la objetivación que realiza la
ciencia del sujeto […] 2) la objetivación, “como prácticas divisorias […] el
loco y el cuerdo, el enfermo y el sano […] 3) la objetivación del sujeto como
práctica de sí mismo, “el sujeto que se reconoce como sujeto de la sexualidad”
(Foucault, 1988: 227). Por ejemplo, la histerización del cuerpo de la mujer,
“triple proceso según el cual el cuerpo de la mujer fue analizado […] como
cuerpo íntegramente saturado de sexualidad; de este modo este cuerpo fue
integrado, bajo el efecto de una patología que le sería intrínseca, al campo de
las prácticas médicas” (Foucault, 2008: 100-101).
También en este punto entra a
jugar la noción foucaultiana de disciplina, como sujeción, como último eslabón
operacionalizable del proceso de subjetivación. Un entramado de relaciones que
producen docilidad y utilidad (Foucault, 2008b: 159). Es decir, por un lado
aumenta una o varias capacidades, al tiempo que, lo vuelve obediente; dirá
Foucault “disocia el poder del cuerpo”. La insistencia de las relaciones de
poder sobre el cuerpo, en tanto forma individualizante (el espacio
disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o elementos
haya para repartir (ibíd.166), se emplaza sobre lo que el autor denomina anatomopolítica;
la segunda forma relacionada que tomó “el poder sobre la vida” es la denominada
biopolítica, “el cuerpo – especie”, el cuerpo agobiado “por la mecánica de lo
viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos (nivel de salud,
mortalidad, longevidad, etc.) (Foucault, 2008: 131-132). La anatomopolítica y
la biolopolítica constituyen para Foucault dos polos conectados por múltiples
relaciones de poder – saber, disciplina y gobierno respectivamente, sin que se
excluyan, más bien, se apoyen en puntos específicos dentro de instituciones
diversas (escuelas, familias, etc).
IV.
Referenciados en los textos de
Martuccelli, intentamos mostrar los distintos pasajes analíticos que van de la
socialización a la subjetivación, sus presupuestos inherentes y la referencia a
dos autores que contribuyeron a su desarrollo, P. Bourdieu y M. Foucault. Por
economía del texto (por poner una excusa) quedaron varios puntos sin
desarrollar, el más importante, las relaciones de poder como elemento analítico
para entender la subjetivación y la dominación simbólica para entender la
formación del habitus. Por otra parte, tampoco se hizo hincapié en una
construcción de la subjetivación como aspecto emancipatorio del sujeto, con
esto hago referencia a las nociones de técnicas de sí mismo de Foucault y -en
parte- habitus desfasado de Bourdieu. Sobre esto encuentro el problema
analítico que requerirá un tratamiento aparte, por decirlo de manera resumida:
pensar la generalidad y regularidad de una subjetivación de la resistencia. Si
entendemos las prácticas de los sujetos marcadas por una tensión entre
reproducir lo establecido y generar fisuras, con una subjetivación que le
“sentido”, los quiebres que se presenten en un orden dado deben salirse de un
esquema individualizante y pensarse como prácticas que en algún punto fueron
compartidas por otras subjetivades -ya sea como socialización, reproducción o
técnicas del cuidado del otro- de ahí cierta pretensión de generalidad aunque
siga anclado en escenarios “micros”. Por otra parte, la regularidad puede
pensarse por fuera o dentro de un esquema temporal, si tenemos presente que se
puede imprimir el mismo sentido a una diversidad de prácticas. Si la sujeción,
disciplinamiento o habitus adquieren un sentido totalizante, se debe hacer el
ejercicio crítico de pensar prácticas indisiplinadas con cierta amplitud en sus
determinados escenarios.
Bibliografía
Bourdieu,
P. (2007). El sentido práctico. Buenos
Aires: Siglo Veintiuno.
_________
(1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona:
Anagrama.
Chauviré,
C. Fontaine, O. (2008). El vocabulario de
Bourdieu. Buenos Aires: Atuel.
Durkheim,
E. (1996). Las reglas del método
sociológico. Buenos Aires: Ediciones
Fausto.
Foucault,
M. (2008). Historia de la sexualidad 1:
la voluntad del saber. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores.
__________
(2008b). Vigilar y castigar. Nacimiento
de la prisión. Buenos aires: Siglo veintiuno editores.
___________(1988).
“El sujeto y el poder”. En: Dreyfus, H. Rabinow, P. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. (pp.
227 – 242). México: UNAM.
Martuccelli,
D. (2007). Cambio de rumbo. La sociedad a
escala del individuo. Santiago: LOM ediciones.
___________ (2009). “La teoría social y la renovación de las preguntas sociológicas”. En: Papeles del CEIC, N° 51.
[1]
Dirá Durkheim en el mismo párrafo “…la palabra social tiene sentido definido
sólo si designa los fenómenos que no pertenecen a ninguna de las categorías de
hecho ya constituidas y designadas” (Ibid. 31). El debate entablado está
marcado por la diferenciación con la psicología (y en parte la biología), en
cual Durkheim genera un movimiento novedoso al pensar las decisiones “más” individuales
como producto de una coerción social, desde la vestimenta al suicidio.
[2]
Dicha visión “encantada” de la socialización, se compre mejor si vemos el lado
propositivo de Durkheim que se puede catalogar de reformista. Por ejemplo sus
propuestas de órganos colegiados integrados por empresarios y sindicatos.
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