martes, 13 de mayo de 2014

Seminarios internos - CES - Joaquín Bartlett: Socialización y subjetivación

Documento de Trabajo N° 6
Centro de Estudios Sociales


Socialización y Subjetivación




Octubre de 2013
Joaquín Bartlett


I.
La socialización como una de las categorías fundacionales de la sociología toma diferentes vertientes y acepciones. Una de ella, y la más extendida, se podría caracterizar como mecanicista - determinista. Esta definición pone el acento en la reproducción de la estructura social, es decir, la integración del individuo a esquemas y espacios preconcebidos. Tendríamos bajo este marco un individuo pasivo que va internalizando diferentes procesos. Dicha concepción puede ser retomada bajo diferentes autores y categorías, por ejemplo Émile Durkheim y su formulación del hecho social como “modos de actuar, pensar y de sentir exteriores al individuo, y que poseen un poder coercitivo en virtud del cual se le imponen” (1996: 31). Podríamos decir que Durkheim, a medida que construía un campo disciplinar diferenciado[1], se vio necesitado de conceptualizar un objeto de estudio para la sociología. Como vemos, la relación individuo – sociedad, no se ve en tensión, sino como una primacía del último sobre el primero, incluso por fuera de los aspectos cristalizados de la sociedad, como ser las organizaciones o formas jurídicas, explicadas a partir de las corrientes sociales dadas por Durkheim, al tal punto de afirmar que (y permítanme la cita menos analítica del libro) “somos juguetes de una ilusión que nos lleva a creer que hemos elaborado por nuestra cuenta lo que se nos impone desde afuera” (Ibíd. 32).
En Durkheim, el peso de lo social sobre el individuo está signado por una opción metodológica y una concepción en los niveles de la realidad. Contra los postulados individualistas, donde la sociedad era un producto de los individuos, en la teoría de Durkheim la “fórmula” se invierte. El conocido postulado “la sociedad es más que la suma de sus partes”, ejemplifica que hay que partir de lo social y no del individuo, ya que, en las relaciones de este último se producen hechos externos a él. De ahí el tratamiento del hecho social como realidad objetivable (tomada como cosa dirá Durkheim) que puede ser estudiada –al igual que la naturaleza- a partir de sus regularidades y leyes. Por otra parte, se presenta un individuo en donde cohabitan dos estados, que en sus relaciones producirían diferentes hechos sociales. Esto se puede explicar a partir de los modos de solidaridad propuestos por el autor: a) solidaridad mecánica, dónde una sociedad homogenizada comparte los mismos valores y premisas (sociedades primitivas o arcaicas) y; b) solidaridad orgánica, contraria a la anterior, presenta valores diferenciados, un alto grado de especialización de los individuos y el lazo social está marcado por la interdependencia de los mismos. Dado lo anterior, la preocupación de Durkheim gira en torno a mantener dicho lazo social superando el sesgo utilitarista del individuo (interdependencia) mediante reglas y consensos morales de carácter universal.  ¿Pero cómo “inculcamos” al individuo dichas reglas de manera deliberada? De dicha pregunta emerge, de manera obvia, el campo y la relación entre sociología y educación, los modos de internalización, ajuste e identificación.
La intención del breve recorrido anterior fue explicitar las conexiones constitutivas del concepto de socialización como mecanismo didáctico-positivo de la sociedad hacia el individuo en la incorporación de normas y valores que regular y mantienen el lazo social. A continuación trataremos de retomar esta idea en su continuación-ruptura teórica marcada por los conceptos de Bourdieu.
Básicamente el proyecto epistemológico de Bourdieu intenta superar las diferentes dicotomías de las ciencias sociales, centrándose en la que cree “la más ruinosa”, la división entre objetivismo y subjetivismo, es decir, la primacía de la estructura y su reproducción mecánica o la conciencia autónoma del sujeto capaz de transformar el mundo:
“Para superar el antagonismo que opone a estos dos modos de conocimiento conservando al mismo tiempo los logros de cada uno de ellos (sin omitir lo que produce la interesada lucidez sobre la posición opuesta), hay que explicitar los presupuestos que tienen en común… [y] someter a una objetivación crítica las condiciones epistemológicas  sociales que hacen posible tanto el retorno reflexivo sobre la experiencia subjetiva del mundo sociales como la objetivación de las condiciones objetivas de esa experiencia” (2007: 43).
El subjetivismo, para Bourdieu, intenta reflexionar sobre una experiencia que paradójicamente no se reflexiona, a su vez que, por muy ficticia que parezca para el objetivismo no deja de ser menos real, pero que encuentra su límite en la propia descripción de la experiencia. Si se presenta así, dirá Bourdieu, es porque deja de lado “las condiciones de posibilidad de esa experiencia”. Por otro lado el objetivismo, en su búsqueda de regularidad y leyes, relega al conocimiento práctico tomándolo como “prenociones”.  
Objetivismo       Subjetivismo
  Establecer regularidades objetivas        Reflexión sobre la práctica
                                           Práctica               condiciones de posibilidad
                 Condiciones de posibilidad       Práctica
                                       Sociedad                Individuos 
                               Campos             Habitus          Trayectorias
                                                        Sentido práctico
                                            De clase            De individuo

Del esquema teórico de Bourdieu, el concepto de habitus puede ser tomado para pensar una reactualización del concepto de socialización. Volviendo a la relación (que en términos de Durkheim es dicotómica) individuo -  sociedad, el habitus se presenta como la capacidad de generar y reproducir el orden, limitado y condicionado,  por las propias condiciones de su producción. En términos de Bourdieu el habitus produce:
sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin suponer el propósito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos… (2007: 86)
Siguiendo este desarrollo, lo que tenemos en la práctica del individuo, no es un cálculo estratégico ni un “plan orquestado” para que actúe conforme a lo preestablecido. Primero porque el cálculo se inscribe en “potencialidades objetivas” ya heredaras –no habría cálculo en que un estudiante de abogacía vaya de traje a rendir un examen, sino más bien, un simple saber práctico- y a su vez reconocidas: “los estímulos no existen para la práctica en su verdad objetiva de disparadores condicionales y convencionales, no actúan sino a condición de encontrar agentes condicionados a reconocerla” (Ibid. 87).  Segundo porque la equiparación entre probabilidades objetivas y esperanzas subjetivas es producto de un ajuste de posibilidades inculcadas, naturalizadas, de facilidades y obstáculos, libertades y necesidades. Entonces el habitus no sería, en parte, la práctica en sí, sino su origen procesual que asegura la:
“presencia activa de las experiencias pasadas que, registra en cada organismo bajo la forma de esquemas de percepción, de pensamiento y de acción, [y que] tienden, con más seguridad que todas las reglas formales y todas las normas explicitas, a garantizar la conformidad de las prácticas y su constancia a través del tiempo”. 
Conformidad de prácticas y constancia, por no decir reproducción, no es para Bourdieu una inercia en las prácticas sociales. El mismo habitus produce sus ajustes, que supone agentes compartiendo un mismo código en un mismo campo y clase y también una mínima concordancia entre agentes movilizadores (lideres, profetas, etc.) “y las disposiciones de aquellos que se reconocen en sus prácticas o sus declaraciones” (96).  
Vale la distinción de clase e individuo, ya que -como en todas las categorías de Bourdieu- son importantes los aspectos de disposición y relación. Un habitus de clase por configurar unidad –y relaciones dentro de esa unidad- no genera una sustancia propia de esa clase. La multidimensionalidad de lo social genera aproximaciones de los individuos a un determinado espacio – campo generador de una clase:
“Las clases sociales no existen [...] Lo que existe es un espacio social, un espacio de diferencias, en el que las clases existen en cierto modo en estado virtual, en punteado, no como algo dado sino como algo que se trata de construir”. (1997: 24-25)
Para Bourdieu la lucha de clases más bien es una lucha de clasificaciones, y su resultado una imposición simbólica que instituye reconocimientos asimétricos, siempre aclarando que los reconocimientos son disposiciones y no determinaciones –aunque después las criticas vengan por ese lado- (Chauviré; Fontaine, 2008: 25).
El cambio introducido por Bourdieu en relación a la socialización precisamente apunta a “ver” las estructuras sociales hechas cuerpo, en tres palabras: a) disposiciones, inclinaciones de ver y sentir por cada individuo marcado por condiciones objetivas (compartidas con otros en un mismo campo y clase) y trayectorias particulares en donde estarían los pequeños márgenes de maniobra de cada agente. Con la salvedad de que, esas maniobras, sólo son posibles si damos cuenta de nuestro habitus y las reglas del campo, como el famoso ejemplo bourdiusano del músico que debe horas de prácticas disciplinadas para poder ser creativo; b) durables, si bien las disposiciones son modificables están arraigadas en una experiencia dóxica, produciendo lo evidente, lo que es dado y natural; c) transferibles, ya que experiencias en un campo pueden ser trasladas a otro (LNS 43-44).  
Como vimos en un principio, la empresa teórica de Bourdieu es prometedora: superar todos los dualismos y dicotomías al tiempo que se recupera una tradición crítica de la sociología –dirán algunos, una sociología desesperanzada-. Las críticas a su obra van desde la ductilidad de sus conceptos al punto de ser totalizantes de todo fenómeno social, hasta el determinismo presente, por ejemplo, en sus esquemas de dominación simbólica. Como sea, necesita de un trabajo aparte.  
II.
Danilo Martucelli distingue dos esquemas concebidos en torno a la socialización. Por una parte un mirada “encantada” (compartido por autores como Durkheim y Parsons) como un proceso de incorporación de normas y valores compartidos entre individuos, “el ideal del individuo depende de la estructura de la sociedad pero, al mismo tiempo, engendra individuos autónomos, liberados del peso de la tradición y capaces de independencia de juicio” (2007: 22). Es decir, una vez incorporado, por parte del individuo, los modos de conductas, la autonomía sólo es la capacidad de evocar esos “grandes valores” interiorizados a fin de resguardas o regular el mismo modo de incorporación y reproducción[2]. En contraposición, el segundo esquema, se plantea como una mirada “desencantada” de la socialización. Como vimos en la categoría de habitus –más allá de los pequeños márguenos de maniobra – el individuo incorpora normas y valores, que a diferencia de una mirada durkheniana, sólo reflejan desigualdades y asimetrías. Dirá  Martucelli al respecto:
“Pero en los dos casos, el individuo, entendido como personaje social, más allá de sus márgenes más o menos grandes de autonomía, está ante todo definido por la interiorización de las normas o por la incorporación de esquemas de acción. El trabajo de socialización es siempre lo que permite establecer un acuerdo entre las motivaciones individuales y las posiciones sociales” (2007: 22)
Ahora bien, repasemos una arista crítica de dichos esquemas, que está en el orden del problema fundacional de la disciplina sociológica. La pregunta sobre el orden o el lazo social delinearon una variedad de respuestas que, en el fondo, contienen algo en común: lo que mantiene “unida” a la sociedad no es más –ni menos- que un entramado de coerciones constantes en el tiempo, un conjunto de fuerzas que actúan al exterior del individuo o que se disfrazan bajo acciones aisladas (2009). Para Martuccelli, el problema surge en que se encontraban innumerables ejemplos contrapuestos (pensemos en las anomalías de Durkheim por ejemplo), que su vez, no lograban cambiar la pregunta. Esto se debe al contexto histórico del surgimiento de la sociología; en un proceso de modernización que acarrea infinidad de cambios (migración, formas de autoridad, formas de gobierno, etc.) emerge el interrogante de cómo mantener el orden social. Pregunta moralista que luego tuvo un correlato epistemológico. Siguiendo al autor, si damos cuenta –nuevamente- del nudo analítico que vincula estructura / individuo pero reconocemos que, más allá de cualquier coerción, condicionamiento o imposición, el sujeto colectivo o individual puede actuar, no debemos caer en un posicionamiento desde el actor –su creatividad, voluntad, conciencia, etc.-; es decir, sólo estaríamos moviendo el péndulo de un aspecto a otro sin cambiar la pregunta, reconociendo las coerciones y viendo las pequeñas fisuras que generan los sujetos: “si se descarta la vía de la libertad, la respuesta sólo puede buscarse a nivel de la vida social misma: ¿cuáles son las características sui generis que posee la vida social que hacen que siempre sea posible actuar –y actuar de otra manera?” (2009: 7)
Un segundo momento teórico viene a dar cuenta, en parte, de la pregunta anterior. El carácter homogenizante de los procesos de socialización se ven erosionados por las subculturas dentro de una misma sociedad. Pensemos en los posteriores estudios emergentes del feminismo pos década del 60 o la microsociología de grupos outsiders. Como fuere, el eje analítico empieza  tomar en cuenta la pluralidad de procesos contradictorios. Dicha ruptura será cristalizada en el clásico de Berger y Luckmann con su distinción entre socialización primaria y secundaria. “el estudio de la socialización conoce así una variación en su énfasis analítico: ayer estaba subordinado analíticamente al problema de la mantención del orden social; hoy al centrarse en el individuo, se interesa más en la multiplicidad de sus facetas. Al teorizarse el orden social como más contingente, la sociología toma mayor conciencia de la complejidad del individuo” (Martuccelli, 2007: 23 - 24).         
III.
Aquí nos encontramos con la vinculación entre los estudios de subjetivación y los procesos de modernización que dotan a la vida social de una creciente complejización en diferentes esferas de los modos de racionalización del individuo:
“en el trasfondo de este movimiento de control social, se plantea la problemática fundamental de la subjetivación: ¿cómo llegar a imaginar la posibilidad de una emancipación humana? Y para que este proceso de subjetivación sea posible, es imperioso que existan figuras sociales del sujeto susceptibles de ser encarnadas por los diferentes individuos. En breve, en la subjetivación, el individuo se convierte en actor para fabricarse como sujeto.” (Martuccelli, 2007: 25)
Dos lecturas sobre la subjetivación pueden ser puestas en una línea de continuidad - ruptura. La primera que vincula al sujeto colectivo con los procesos de emancipación, centrada en la lectura de Georg Lukacs; de manera muy acotada, el sujeto colectivo estaría protagonizado por el proletariado, que en su posición dentro del proceso productivo y sus intereses de clase, podría totalizar la sociedad, siempre y cuando superara la reificación inherente al capitalismo. Esta perspectiva entrará en crisis a partir de la década del 60’ y 70’. Siguiendo a Martuccelli puede “ser asociados al "momento Foucault" que se caracteriza por dos grandes inflexiones. La primera -sin duda, la más importante- transforma el proyecto colectivo y emancipador de la subjetivación en un proceso individualizante de sujeción” (Ibíd. 27). El proyecto emancipatorio del sujeto colectivo se ve erosionado por una conceptualización de un sujeto atravesado por el poder, como un efecto de él; la construcción de la subjetividad se ve así sometida a disciplinamientos y tecnologías diversas, a su vez:    
“marca también la entrada hacia una nueva problemática -subjetivación individual. Es, por lo demás -como se sabe-, la paradoja fundamental de su obra: su voluntad constante de mostrar un poder y una sujeción crecientes y su voluntad, subrepticia, pero no por menos constante de visualizar una posibilidad de emancipación” (Ibíd. 27).
A grandes rasgos, esta idea de dos momentos de la subjetivación, no como proceso  o etapas divisibles, sino dentro del campo de estudio de Foucault, también es esquematizada por Etienne Tassin:
“En un primer momento, se trata de analizar las formas de sujeción impuestas por las relaciones de poder a los individuos que las padecen. La subjetivación se concibe entonces como una forma de dominio, y no se podría disociar el llegar a ser sujeto de los procedimientos, ya sea de vasallaje, ya sea de dominación, en los que y por los que un sujeto se constituye como sujeto. […] Pero también, como se sabe, no hay poder que no cree resistencias, y por lo tanto, no hay sujeto que se vea dominado sin que, al mismo tiempo, se perciba a sí mismo como oponiéndose a los poderes que lo someten, sin subjetivarse por oposición a los poderes que intentan configurarlo, disciplinarlo, normalizarlo (2008: 41).
De manera resumida queda entendido que la subjetivación para Foucault “y sus momentos” es complementaria. Ahora bien, la subjetivación como sujeción produce una objetivación del sujeto. El sujeto como objeto, dos operaciones conectadas dirá Tassin, que se pueden dividir de tres modos y que en esencia es el recorrido descripto por Foucault de propia obra; 1) la objetivación que realiza la ciencia del sujeto […] 2) la objetivación, “como prácticas divisorias […] el loco y el cuerdo, el enfermo y el sano […] 3) la objetivación del sujeto como práctica de sí mismo, “el sujeto que se reconoce como sujeto de la sexualidad” (Foucault, 1988: 227). Por ejemplo, la histerización del cuerpo de la mujer, “triple proceso según el cual el cuerpo de la mujer fue analizado […] como cuerpo íntegramente saturado de sexualidad; de este modo este cuerpo fue integrado, bajo el efecto de una patología que le sería intrínseca, al campo de las prácticas médicas” (Foucault, 2008: 100-101).
También en este punto entra a jugar la noción foucaultiana de disciplina, como sujeción, como último eslabón operacionalizable del proceso de subjetivación. Un entramado de relaciones que producen docilidad y utilidad (Foucault, 2008b: 159). Es decir, por un lado aumenta una o varias capacidades, al tiempo que, lo vuelve obediente; dirá Foucault “disocia el poder del cuerpo”. La insistencia de las relaciones de poder sobre el cuerpo, en tanto forma individualizante (el espacio disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o elementos haya para repartir (ibíd.166), se emplaza sobre lo que el autor denomina anatomopolítica; la segunda forma relacionada que tomó “el poder sobre la vida” es la denominada biopolítica, “el cuerpo – especie”, el cuerpo agobiado “por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos (nivel de salud, mortalidad, longevidad, etc.) (Foucault, 2008: 131-132). La anatomopolítica y la biolopolítica constituyen para Foucault dos polos conectados por múltiples relaciones de poder – saber, disciplina y gobierno respectivamente, sin que se excluyan, más bien, se apoyen en puntos específicos dentro de instituciones diversas (escuelas, familias, etc).
IV.
Referenciados en los textos de Martuccelli, intentamos mostrar los distintos pasajes analíticos que van de la socialización a la subjetivación, sus presupuestos inherentes y la referencia a dos autores que contribuyeron a su desarrollo, P. Bourdieu y M. Foucault. Por economía del texto (por poner una excusa) quedaron varios puntos sin desarrollar, el más importante, las relaciones de poder como elemento analítico para entender la subjetivación y la dominación simbólica para entender la formación del habitus. Por otra parte, tampoco se hizo hincapié en una construcción de la subjetivación como aspecto emancipatorio del sujeto, con esto hago referencia a las nociones de técnicas de sí mismo de Foucault y -en parte- habitus desfasado de Bourdieu. Sobre esto encuentro el problema analítico que requerirá un tratamiento aparte, por decirlo de manera resumida: pensar la generalidad y regularidad de una subjetivación de la resistencia. Si entendemos las prácticas de los sujetos marcadas por una tensión entre reproducir lo establecido y generar fisuras, con una subjetivación que le “sentido”, los quiebres que se presenten en un orden dado deben salirse de un esquema individualizante y pensarse como prácticas que en algún punto fueron compartidas por otras subjetivades -ya sea como socialización, reproducción o técnicas del cuidado del otro- de ahí cierta pretensión de generalidad aunque siga anclado en escenarios “micros”. Por otra parte, la regularidad puede pensarse por fuera o dentro de un esquema temporal, si tenemos presente que se puede imprimir el mismo sentido a una diversidad de prácticas. Si la sujeción, disciplinamiento o habitus adquieren un sentido totalizante, se debe hacer el ejercicio crítico de pensar prácticas indisiplinadas con cierta amplitud en sus determinados escenarios.


Bibliografía
Bourdieu, P. (2007). El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.
_________  (1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama.

Chauviré, C. Fontaine, O. (2008). El vocabulario de Bourdieu. Buenos Aires: Atuel.

Durkheim, E. (1996). Las reglas del método sociológico. Buenos Aires: Ediciones Fausto.

Foucault, M. (2008). Historia de la sexualidad 1: la voluntad del saber. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores.  
__________ (2008b). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos aires: Siglo veintiuno editores.
___________(1988). “El sujeto y el poder”. En: Dreyfus, H. Rabinow, P. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. (pp. 227 – 242). México: UNAM.

Martuccelli, D. (2007). Cambio de rumbo. La sociedad a escala del individuo. Santiago: LOM ediciones.
___________  (2009). “La teoría social y la renovación  de las preguntas sociológicas”. En: Papeles del CEIC,  N° 51.





[1] Dirá Durkheim en el mismo párrafo “…la palabra social tiene sentido definido sólo si designa los fenómenos que no pertenecen a ninguna de las categorías de hecho ya constituidas y designadas” (Ibid. 31). El debate entablado está marcado por la diferenciación con la psicología (y en parte la biología), en cual Durkheim genera un movimiento novedoso al pensar las decisiones “más” individuales como producto de una coerción social, desde la vestimenta al suicidio.
[2] Dicha visión “encantada” de la socialización, se compre mejor si vemos el lado propositivo de Durkheim que se puede catalogar de reformista. Por ejemplo sus propuestas de órganos colegiados integrados por empresarios y sindicatos.   

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